Los ojos son el espejo del alma.
A través de ellos deberíamos ser capaces de ver aquello que las palabras, los silencios y los gestos jamás dicen, aquello que está en lo más profundo, aquello que ocultamos al resto del mundo. Pero la mayor del tiempo resulta al contrario, y actúan como un reflector.
¿De qué? Quién sabe. Quizá de sueños. Quizá de miedos. Quizá de recuerdos relacionados directamente con la expresión de esos ojos que encontramos frente a nosotros.
Penetrantes, profundos, pícaros, discretos, brillantes, neutros, los ojos son como las personas. Y, al igual que ellas, pueden expresar una cosa mientras los demás interpretan algo totalmente diferente, pero es que somos tan complicados a la larga.
Decir una cosa, pensar otra y sentir otra distinta está a la orden del día en nuestro pequeño mundo, aquel que casi nadie ve, salvo en ocasiones desesperadas.
Pero, por oscuro y alejado de todos que parezca ese lugar tan nuestro, siempre habrá algo de luz filtrándose a través de las ventanas de nuestro cuerpo, de nuestro alma, los ojos.
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