Las palabras cortan, hieren, humillan, sangran, duelen. Con su fino filo atraviesan capa por capa tu autoestima, el poco amor propio que te queda, y lentamente te desgarran y te queman por dentro. A veces se asemejan a suaves caricias que al darte la vuelta son piedras en tu corazón, otras veces se disfrazan y se esconden tras falsos abrazos que encharcan y envenenan tu alma. Pero no todas son así, hay palabras que enamoran, llenan, satisfacen, cuidan, crecen, laten. El simple sentimiento o intento de pronunciarlas provoca luz, color, vida. Son las dulces y pacíficas, las cuales al recordarlas hinchan tu pecho con el mayor orgullo y la mayor gratitud, o las silenciosas, las que se transmiten sin transmitir, con miradas, gestos, sonrisas, silencios.