FGL.

"Hay cosas encerradas dentro de los muros que si salieran de pronto a la calle y gritaran, llenarían el mundo."

J.K.R.

"Las palabras son, en mi no tan humilde opinión, nuestra más inagotable fuente de magia, capaces de infringir daño y de remediarlo."

jueves, 22 de diciembre de 2016

Dádiva.

Todas las personas somos cajas de Pandora, llenas de infinidad de cosas que pueden ser tomadas como bienes o males, tanto para nosotros como para el resto. Momentos, personas, canciones, viajes, sueños, pesadillas, palabras, pensamientos, imágenes, emociones, todos ellos metidos a presión y mezclados a más no poder en el recipiente que constituye nuestro cuerpo, y más concretamente nuestra mente.
Lo más curioso, al igual que con la caja de Pandora, es que una vez que nos abrimos con respecto a alguna de las piezas que componen la nuestra, es muy difícil frenar la espontánea salida del resto de cosas encajadas junto a ella. 
El caso es que nuestra caja no supone un cofre para guardar todo lo que nos ocurre en cada momento de la vida, sino que cada cosa introducida en ella pasa por una selección, que bien puede ser provocada por el miedo que tenemos a que algo vivido cambie demasiadas cosas, o lo triste que nos pone mencionar, e incluso a veces solamente pensar, un momento del pasado en concreto, o simplemente la reacción de los que nos rodean, sus miradas, sus palabras. 
Sin embargo, al igual que Pandora lo fue, nosotros somos curiosos a rabiar, tanto que, pese a que sabemos y tememos las consecuencias, a veces las ganas de echar un ojo al contenido de la caja, aunque entendemos que si está ahí es mejor dejarlo quieto y latente, son tan inmensas que algo se escapa rápidamente, cual suspiro precipitado de nuestros labios, como si de un soplo de aire helado se tratase.
Tras ello llegan las temidas consecuencias, pues fugazmente se ha dispersado aquello que ha salido de tu caja, sin que tú tengas una oportunidad para atraparlo y guardarlo fervientemente de nuevo, y nada es como era hace tan solo unos instantes.
Y es que el mito muchas veces supera a la realidad, y en el fondo de nuestra caja, o en nuestro caso la mente, queda atascada la esperanza, la cual ha sido sustituida por el miedo, la confusión, la incertidumbre.
La parte buena de ser cajas de Pandora es que el que cerremos con llave aquello que no deseamos que el resto vea, conozca y/o mencione sobre nosotros no implica el que no podamos admitir alguna pequeña cosa relacionada intrínsecamente con los que nos acompañan. Así, podemos liberar, aunque sea de forma parcial, un poco de ese peso que llevan encima, y, en lugar de cerrarnos cual ostras protegiendo una preciada perla, sabremos cuando es necesario mostrar algún aspecto que nos conforma y que en su momento nos modeló, de manera que tanto ellos como nosotros protejamos pequeños tesoros compartidos que, pese a que nos asuste una reaparición de los mismos, al menos tengamos con quien tratar hasta el más mínimo suspiro que exhale nuestro cálido aliento.