¿No os pasa que a veces llegáis a un punto en el que parece que no hay retorno?
Yo lo siento mucho cuando lloro y no me veo capaz de parar y quiero hablar a alguien, pero cómo se me puede ocurrir preocupar a alguien estando así. Entonces simplemente me quedo callada, sintiendo cómo se deslizan las lágrimas, una tras otra, y respirando para que la ansiedad que me oprime el pecho poco a poco decida irse junto con el sabor a sal.
Y sé que mucha gente leerá esto y se preocupará, yo misma lo estoy.
Otros se ofenderán pues creerán que es falta de confianza, y ni mucho menos, son esas ganas infinitas de cuidaros y que estéis bien, a costa de lo que pueda suponer para mí.
Soy tan complaciente que hasta lo hago cuando me perjudica. Y me callo cuando alguien no cuenta conmigo para algo pese a que me moleste porque pienso que la que actúa de una manera inesperada soy yo cuando planifico cada detalle, cada cosa que hago yo y que tiene en cuenta a los demás siempre que sea posible, todo.
Mi cabeza es una máquina que echaría humo si no fuera por las lágrimas. Y la música. Y los libros. Y estas entradas.