FGL.

"Hay cosas encerradas dentro de los muros que si salieran de pronto a la calle y gritaran, llenarían el mundo."

J.K.R.

"Las palabras son, en mi no tan humilde opinión, nuestra más inagotable fuente de magia, capaces de infringir daño y de remediarlo."

jueves, 22 de diciembre de 2016

Dádiva.

Todas las personas somos cajas de Pandora, llenas de infinidad de cosas que pueden ser tomadas como bienes o males, tanto para nosotros como para el resto. Momentos, personas, canciones, viajes, sueños, pesadillas, palabras, pensamientos, imágenes, emociones, todos ellos metidos a presión y mezclados a más no poder en el recipiente que constituye nuestro cuerpo, y más concretamente nuestra mente.
Lo más curioso, al igual que con la caja de Pandora, es que una vez que nos abrimos con respecto a alguna de las piezas que componen la nuestra, es muy difícil frenar la espontánea salida del resto de cosas encajadas junto a ella. 
El caso es que nuestra caja no supone un cofre para guardar todo lo que nos ocurre en cada momento de la vida, sino que cada cosa introducida en ella pasa por una selección, que bien puede ser provocada por el miedo que tenemos a que algo vivido cambie demasiadas cosas, o lo triste que nos pone mencionar, e incluso a veces solamente pensar, un momento del pasado en concreto, o simplemente la reacción de los que nos rodean, sus miradas, sus palabras. 
Sin embargo, al igual que Pandora lo fue, nosotros somos curiosos a rabiar, tanto que, pese a que sabemos y tememos las consecuencias, a veces las ganas de echar un ojo al contenido de la caja, aunque entendemos que si está ahí es mejor dejarlo quieto y latente, son tan inmensas que algo se escapa rápidamente, cual suspiro precipitado de nuestros labios, como si de un soplo de aire helado se tratase.
Tras ello llegan las temidas consecuencias, pues fugazmente se ha dispersado aquello que ha salido de tu caja, sin que tú tengas una oportunidad para atraparlo y guardarlo fervientemente de nuevo, y nada es como era hace tan solo unos instantes.
Y es que el mito muchas veces supera a la realidad, y en el fondo de nuestra caja, o en nuestro caso la mente, queda atascada la esperanza, la cual ha sido sustituida por el miedo, la confusión, la incertidumbre.
La parte buena de ser cajas de Pandora es que el que cerremos con llave aquello que no deseamos que el resto vea, conozca y/o mencione sobre nosotros no implica el que no podamos admitir alguna pequeña cosa relacionada intrínsecamente con los que nos acompañan. Así, podemos liberar, aunque sea de forma parcial, un poco de ese peso que llevan encima, y, en lugar de cerrarnos cual ostras protegiendo una preciada perla, sabremos cuando es necesario mostrar algún aspecto que nos conforma y que en su momento nos modeló, de manera que tanto ellos como nosotros protejamos pequeños tesoros compartidos que, pese a que nos asuste una reaparición de los mismos, al menos tengamos con quien tratar hasta el más mínimo suspiro que exhale nuestro cálido aliento.

lunes, 24 de octubre de 2016

Matrix.

¡Oye!
¡Despierta!
¡Abre los ojos! 
¿Se puede saber dónde quedaron los sueños que poblaban tu indómita mirada, las risas que envolvían a los de tu alrededor, las manos que en su día diste para, en teoría, jamás volver a soltar? 
¿Hasta cuándo piensas que puedes seguir dependiendo de los demás en lugar de ti misma? 
¿Crees que siempre todo va a ser tan fácil como agarrarte al clavo ardiendo, subirte a la ola más grande sin rodeos, saltar de cornisa en cornisa cual sigiloso y ágil gato, y acostumbrarte a hacerlo cada día hasta que sea parte de ti misma?
¿Qué sucedió con todas las ideas y proyectos que te llenaban los ojos de vida y el alma de algo más grande que lo que cualquiera pudiera imaginar?
¿No te preguntas cada día quién es esa extraña que te mira en el espejo, y que a su vez rehuye tu mirada pues no se reconoce a sí misma, a lo que un día fue, a lo que ni aún entiende cómo dejó de ser?
¿Acaso sabes lo que experimenta por dentro una cuando toma su propio camino, pese a las condiciones en el que este se encuentre, y consigue cosas que, esperadas o no, van más allá de la realidad?
¿No sientes una pizca de intriga por tirar con todas tus fuerzas de la cuerda que te une a aquellos que te controlan para ver como sus ojos se vuelven suplicantes, y se llenan de miedo sabiendo que te van a perder, a ti, a su única fuente de control y satisfacción personal? 
No lo pienses ni siquiera un instante.
Hazlo.
Por ti.
Por los que te quieren o en su día te quisieron. 
Por los que aún tienen la esperanza de rescatarte del infinito mar de robots que puebla este monótono mundo.
Por no dudar de lo que pasará mañana, pues es lo que tú has decidido que pase, asumiendo con ímpetu las consecuencias, independientemente del tipo que sean.
Por volver a ser como una vez fuiste, y, cual ave fénix, renacer de tus cenizas más brillante y decidida que nunca.
Ahora, cierra los ojos.
Respira.
Está amaneciendo.
Es el primer día del resto de tu vida.

jueves, 22 de septiembre de 2016

Turbulencia.

Dicen que aquellos a los que quieres son los únicos que verdaderamente pueden llegar a hacerte daño.
Es curiosa la contradicción en sí misma que tiene esta frase, pero ¿acaso no es la vida una pura contradicción? Porque uno podría creer que cuando alguien te quiere, invierte todos sus esfuerzos en mantener lo que tenéis, ya sea amistad, amor, familiaridad o algo más. Y, sin embargo, es esta relación la que al final termina por alterar nuestro ecosistema emocional de una forma insospechada en un principio.
Un arrebato de palabras atropelladas, un gesto descontrolado, una mirada incriminatoria, o simplemente diferencias de opiniones hacen que se desencadene la mayor y peor de las guerras. Aquella donde los puñales no tienen freno ya que contienen cualquier información que hayas compartido con esa persona. Aquella donde cada insulto es como una bala pesada para el corazón. Aquella donde todo lo que tenía sentido lo pierde porque el rencor ocupa más terreno del que jamás llegó a ocupar el amor. Aquella donde no hay ganador ni perdedor, sólo vencidos. Aquella de las que dejan huella.
Y luego, la calma. El silencio. El dolor. La lluvia de preguntas y pensamientos. El paso de miles de recuerdos cual película a través de nuestros ojos. La nostalgia. La sensación de soledad. Las ganas de un caluroso abrazo pese a que por primera vez dudes de si será correspondido o no.
Entonces es cuando comienzan a salir las palabras en dirección contraria a la que tomaron la última vez, acompañadas de un montón de emociones que te llenan y que necesitas soltar antes de que sea demasiado tarde como para recuperar a alguien que tiene un lugar ya ganado en tu interior y a quien te dolería perder hasta el fin de los tiempos. Y, a la par que intentas que todo vuelva a su cauce, crece un miedo en tu interior a un posible rechazo, a que ya no sea posible la vuelta atrás, pero entiendes que si es así, pues es lo que toca y debes adaptarte lo mejor posible, así como la otra parte intentará hacer también.
Pero, si tienes suerte, tus palabras serán acogidas y respondidas a la par, y en un momento todo volverá a ser como siempre había sido, sin reproches, sin culpas ni disculpas, sólo confianza, cariño y respeto.

domingo, 14 de agosto de 2016

Singular.

Interpretas cada pensamiento cruzado en mi mirada como si de palabras gritadas se tratase.
Resaltas cada pequeña muesca que aterriza en mi rostro momentáneamente como si de territorio inconquistable fuese.
Adivinas cada sonrisa que perfila la comisura medio mordisqueada de mis labios como si de deseos olvidados rebosase.
Conoces cada punto cardinal de mi estrellado cuerpo como si de un mapa del tesoro hablases.
¿Cómo pretendes que me sienta a gusto en tu sola presencia si al entrar me va a tocar una inevitable radiografía del alma que probablemente desemboque en un agitado mar?
¿Sabes cómo desearía yo alcanzar una milésima parte de ese poder tan magnético que ejerces sobre mí?
¿Te haces una idea de cómo me remueve tanta atención por tu parte cuando por lo general soy la chica invisible?
Creo que cada sonido que sale de mi boca atraviesa inconscientemente tu radar y me preocupa que (a)notes la cantidad de adornos y entresijos que tejen mis palabras, pero aún más que estudies el neblinoso trasfondo que presiona cada una de mis células, intentando encontrar esa luz al final del túnel de mi boca.
Pensarás en todo momento el por qué hago que todo resulte tan complicado, para mí ya resulta fácil tras tantos años de forzosa e improvisada, en un principio, práctica. Es como la (típica) historia de nuestras vidas, encuentras un lugar cómodo y te adaptas a sus condiciones, en vez de amoldarlo a tu forma y figura, porque es más sencillo y mejor para el resto y porque tú llevas sin importar ni destacar mucho tiempo y crees que un poco más no va a dañar a nadie, no se te ocurre ni por un segundo pensar en ti misma.
¿Qué puedo hacer contigo cuando tu objetivo primordial es alterar mi ecosistema emocional? 
Todo sería fácil si ambos fuésemos sólo dos personas, pero tú sólo representas el conjunto de esas pequeñas partes de algunas que me psicoanalizan en determinados momentos cuando menos lo espero y más lo necesito.
Ojalá esto fuera un quid pro quo. Ojalá no. Ojalá que mi cabeza bajase de las nubes para recoger lo que no puede soltar mi corazón.

miércoles, 3 de agosto de 2016

Ocaso.

Escalofríos recorren todo mi cuerpo, en todo momento, sólo porque soy incapaz de saber qué hacer o decir para arreglar lo que yo he desembocado con mi forma de ser, o mejor dicho, mi forma de no ser.
En general creo que pasar de las cosas que suceden a mi alrededor y que sólo tienen que ver conmigo es lo mejor, al menos exteriormente, interiormente sólo doy vueltas y más vueltas, que a veces desembocan en cascadas, otras veces en espirales, y otras simplemente se quedan ahí, como si me gritasen a cada momento, haciéndome revivir todo una y otra vez.
Y saber que esto no tiene sentido, que no sirve de nada, que no va a llegar a ningún fin, no me frena. Porque prefiero absorber como una esponja a saltar ante cada puñal que indiscriminadamente me lanzan y que provienen de ambos lados de la balanza, porque prefiero cerrar los ojos antes que abrirlos y ver que he estado ciega demasiado tiempo como para hacer algo, porque me asusta que cuando haga algo, sea un error, como tantas veces ha resultado así ya, y entonces vuelva a dar un paso más hacia atrás, hacia lo cómodo, oscuro y conocido, alejándome de lo nuevo, luminoso y esperanzador.
Soy una cobarde, pensar antes de actuar es un buen lema, si algún día llegas a actuar realmente, pero si te quedas atascada en el primer nivel, nunca podrás salir de él pues jamás has sentido la sensación de la victoria que te da una buena, valiente y adecuada actuación, la cual te impulsaría a ti, y a los que te rodean.

miércoles, 20 de julio de 2016

Alegría amarga.

Dos palabras tan opuestas que expresan un sentimiento muy común en nuestras vidas, aunque a veces deseemos no llegar a sentirlo pues es incómodo, complicado, triste, un quebradero de cabeza en toda regla.
Nos alegramos de las cosas buenas que suceden a nuestro alrededor. Cuanto más cerca nuestro, y más queremos a las personas implicadas, más nos alegramos de que les sucedan cosas que cambian su vida, o que simplemente hacen que la que hasta ahora vivían mejore notablemente.
Pero hay cosas buenas que pese a que nos sintamos bien porque sucedan, a la vez nos molestan en cierta medida, algunas veces más, otras veces menos, pero casi siempre dejan un regusto desagradable en nuestro interior.
El por qué de esta clase de reacción ante ese hecho puede tener muchos orígenes y causas. A veces es envidia de que esa persona haya logrado algo que tú no. A veces es tristeza debida a que en tu caso no se ha llegado a dar la ocasión de que te suceda algo así. A veces es enfado porque no entiendes qué te pasa a ti para no tener lo que esa persona tiene. A veces es confusión, pues te preguntas qué pasaría en el caso de que eso te hubiera ocurrido a ti, y te frustra no poder responderte a ti misma pues no estás viviéndolo.
Lo verdaderamente importante, sin duda alguna, es lo que te llena ver a esa persona feliz con su nueva condición, porque, pese a todo lo que te pueda doler y frustrar no conseguir lo que esperas, jamás vas a poder evitar mostrar una amplia sonrisa a todos aquellos que te rodean y acuden a ti deseando que algún día tú llegues a sentirte como ellos en ese momento, pues significaría que has logrado conseguir lo que te proponías.

viernes, 15 de julio de 2016

Rivus.

Si me pongo a pensar con frialdad en mi persona, llego a la única conclusión de que no soy capaz de entenderme, por mucho que ahonde en mi interior, por mucho que intente explorar mis gustos y mis emociones, por mucho que quiera hacerlo, jamás llego a un punto en el que sepa por qué hago lo que hago, por qué lloro cuando lloro, por qué sueño lo que sueño, o por qué no grito cuando quiero hacerlo.
Dar demasiadas vueltas a todo es bueno para apreciar las distintas perspectivas, pero malo si no sabes cómo ordenar tus ideas tras el mareo de tanto rodeo. Por ello a la vez que me asusta el no entenderme, entiendo por qué estoy como estoy, ya que si yo misma no me entiendo, ¿quién va a tener la paciencia y las ganas de gastar sus fuerzas en hacerlo?
La vida es un sinfín de posibilidades, y hasta ahora no creo haber escogido mal, pese a que soy pésima escogiendo cualquier cosa en cualquier momento y a cualquier precio, pero aún así no puedo evitar el pensar lo que hubiera pasado en todo momento si no hubiera elegido algunas cosas, si no hubiera dicho otras, o si simplemente no me hubiera encerrado en mí misma sino salido a ver lo que me esperaba pero en buena compañía.
A la vez que agradezco la gran visión que esto me otorga de todo, también me provoca un llanto de niña pequeña, incontrolable, interminable, inexplicable a veces, pues es lo que conlleva la duda perpetua, la excesiva percepción y el tiempo corriendo más rápido de lo que nos damos cuenta y deseamos.


jueves, 30 de junio de 2016

Coyuntura.

Soy incapaz de encontrar el momento para hablar o intervenir en una conversación, y, para cuando lo encuentro o me permiten expresarme, me doy cuenta de que realmente no tengo nada para decir puesto que no tiene ningún sentido al no tener que ver con mi realidad.
Si yo en mi interior tengo un torbellino de emociones, por fuera sólo verás la calma antes o después de la tormenta, una tormenta que jamás pasará, que jamás va a ocurrir, y si ocurre, será ante unos solos ojos, los míos.
No soy fría e impasible por querer que todo esto sea así, simplemente creo que es mejor evitarlo, no dejar que a la gente que quiero la arrastre mi corriente de idas y venidas, y mi falta de aliento, mi desesperación, mis ganas de saber de una vez qué es lo que estoy haciendo con, por, y en mi vida.
Pero llega un momento en el que ya no puedes aguantar más, y que seguramente sientas que quizá no es el instante adecuado, pero que tienes más claro que nunca lo que debes decir y lo sueltas, sin freno, a trompicones, cual balde de agua, y, probablemente, como ocurre con las cosas manidas a la par que precipitadas, sin demasiado sentido en sí mismo, y, aún así, nadie puede parar ese sentimiento de determinación. La necesidad de dejar las cosas claras, al menos desde tu punto de vista, de decir todo aquello que ha estado revolucionando tu interior, y que ha carcomido cada una de tus células cada vez que te despedías sin haber dicho ni una sola palabra.
Y tras ello, las ganas de huir sabiendo que seguramente no sirva para nada, pero que tu decisión ha sido esta, y que por mucho tiempo que esperases a que tu ocasión certera llegase, en el fondo sabías que siendo como eres, difícilmente iba a ser así.
Porque los intervalos de dudas hacen que la gente se aproveche y cuente contigo para su propio beneficio, sabiendo que seguramente tú no les vas a reclamar nada, o que, para cuando lo hagas, te sentirás incapaz de saber cuándo fue el momento indicado para intervenir, o no sabrás si realmente tienes algo para decir ya que todo ha perdido su sentido.

viernes, 6 de mayo de 2016

Foramen.

Resulta interesante el efecto que tiene una crítica sobre nosotros.
En un primer momento, como toda crítica, te la tomas a mal, pues simplemente el tono, la mirada, el sentido con el que va dirigida te hacen pensar que es una lanza que te clavan, o un cartel que te ponen ante los ojos de otras personas, y que a partir de ahora siempre te mirarán y juzgarán así.
Hay críticas que te acostumbras a ellas, y, por esa misma costumbre, o empiezas a reaccionar distinto cada vez que la oyes, o simplemente pasas porque si te lo dicen es porque es una cosa muy obvia de ti. Y, sin embargo, a la vez, hay veces que estás acostumbrado a que te digan algo y que tú sabes que eres así, y que lo tienes, y te duele, porque eso es algo característico e innato en ti, y que, para conseguir quitártelo, tú a lo mejor debes estar toda una vida concentrándote en cómo hablar, cuándo hablar, cómo pronunciar, cómo vestir, cuánto pesar, cuánto comer, qué decir, qué creer, y así.
Esas críticas son las que nos llegan dentro, y en vez de ser críticas por sí mismas, pasan a ser complejos, los cuales nos hacen dar mil vueltas en la cama sin saber por qué, nos hacen sentirnos vulnerables a ojos de otros, pues ellos saben que eso nos acompleja, o nos conforma, y podrían aprovecharse de ello, pero, que si te quieren, no lo harán. Complejos que te llenan de miedos e inseguridades, complejos que te hacen cambiar tu forma de ser, no tanto como para conseguir que la crítica cambie, que ya no sea una crítica, que sea una valoración positiva de tu vida o de tu forma de actuar, pero sí como para que a veces hagamos cosas drásticas e impensables, y luego la gente se pregunte cómo llegamos a tales extremos,
Hay otras críticas que básicamente son tan tontas, tan infundadas, o eso nos parece inicialmente, que resbalan, entran por un oído, salen por otro y se deslizan por el tobogán de nuestra piel. Esas son las que deberían llenar nuestra vida, y no lo hacen, porque somos complicados, somos apasionados, y queremos ser perfectos cuando la perfección no existe, por eso aunque las críticas sean algo mal visto en la sociedad, jamás cesarán.
No me gusta criticar, y aún así hay veces que lo hago, por lo que entonces no puedo esperar que el resto no haga lo mismo conmigo, ya sea cara a cara o a mis espaldas, pero sí que duele enterarte de críticas realizadas hacia ti cuando no estás presente, que te las comenten, o tal vez simplemente saber que por una parte todo son sonrisas, y por la otra todo son puñales en la espalda.

jueves, 7 de abril de 2016

Aleación.

¿Cómo es la capacidad que creemos que poseemos para meternos, opinar, y juzgar la vida, y por tanto los actos, de las personas que nos rodean, comparando estos con experiencias de nuestra propia vida?
Es curiosa la forma de pensar que tenemos cada uno de nosotros, pero aún más curiosa la forma que tenemos de expresarla, aplicarla, y, muchas veces, imponerla.
Que la vida no es un camino de rosas lo sabemos más que bien. Quién algo quiere, algo le cuesta, pero no por conseguirlo poseemos la verdad absoluta acerca de ese aspecto, y por tanto debemos considerarnos los más indicados para dar consejos sobre ello. La cosa no es así, no todo es blanco o negro, día o noche, malo o bueno, sino que depende de la persona que lo mire, en el momento en el que lo mire, con la perspectiva que lo mire, y contando con lo que cuenta cuando lo mira.
Haber atravesado una batalla y salir invicto de ella es algo claramente digno de mención y de reconocimiento, pero de ahí a creer que eso nos hace los indicados para andar dirigiendo la vida de los demás es pensar demasiado a la ligera.
Más allá de todo esto, también está la necesidad que sentimos a veces de interferir en la vida de aquellos que nos importan, con el único fin de lograr que su descompensado camino vuelva a fijar un rumbo favorable y feliz. Pero esto a la larga suele ser peor, pues ni esa persona te ha pedido ayuda, ni tú sabes qué es lo próximo que va a hacer, por lo que todo se convierte en una incertidumbre constante donde el final más probable es un distanciamiento entre dicha persona y tú que puede llegar a ser para siempre.
Así que, en definitiva, no busquemos la perfección en nuestra vida ni en la de los demás, pues es imposible. Tampoco hagamos la inocente promesa de no volver a hablar de vidas ajenas a la nuestra, pues somos prácticamente incapaces, porque nuestros amigos, conocidos, familia, representan algo en nuestra vida, y eso deja una marca que queremos mantener y cuidar. Simplemente, actuemos por y para los demás, pero teniéndoles en cuenta, tanto a ellos como a nosotros mismos.

miércoles, 30 de marzo de 2016

Cero.

Aquellos problemas que son relativamente un mal del pasado pueden volver si no está aún todo cerrado.
Bastan una conocida canción, un simple hábito, un lugar concreto, una vieja fotografía, un rostro similar, una prenda con su olor, o, tan sólo una palabra, para que todo a tu alrededor cambie, y vuelvas a revivir en tu propia carne las sensaciones que conlleva ese preciso instante del mar de recuerdos que hay en tu mente.
Algo vívido, brillante, intenso, pero que plaga tu ser de sucesos posteriores, desencadenantes de la tormenta perfecta y descontrolada. Y de repente, ya no eres tú, sino una maraña de incertidumbre que se guía por sus actos y no por sus pensamientos, que no entiende por qué, pero quiere salir corriendo, sin rumbo, sin compañía, sólo ella y sus desvaríos a los que tacha de "pasado cerrado".
Y aún así, mientras huyes, notas como te siguen, silenciosamente, ocultos tras las sombras de tus pensamientos más recientes, pues no puedes escapar de algo que te pertenece, que está en ti, y que por mucho que lo desees, no va a desaparecer por arte de magia para dejarte tranquila, sino que continuará confundiéndote día tras día hasta que aceptes que quizá las cosas no están como te hiciste creer que estaban para tu propia supervivencia.
Es en ese instante cuando caes en la cuenta de que todo viene por ese mal momento que, cuando pretendías borrarlo, olvidarlo, cerrarlo, inconscientemente lo bloqueaste, pensando que no volvería a residir en ti, que serías libre para formar nuevos recuerdos, quizá con el mismo sentimiento y escenario, pero con diferentes protagonistas y final. Pero ahora sabes que eso es imposible, que hasta que no clausures todo lo que conlleva para ti ese recuerdo, no vas a poder volver a sentirte a gusto ni contigo misma, ni con la persona o personas implicadas en ese amargo momento.
Entonces, ¿qué queda por hacer? Lo más sencillo es hablar y perdonar a los que tuvieron algo que ver con aquella situación, aunque a veces eso no es posible. Quizá la clave está en aceptar lo ocurrido, en verlo como algo que tenía que pasar, y de lo que si nos lamentamos o asustamos ahora, no va a permitirnos avanzar. Todo pasa por algo, ya sea lo bueno, lo malo, lo impredecible, lo inimaginable, lo extraordinario, lo terrible, todo. Y de nada nos sirve revivirlo una y otra vez si no somos capaces de salir de ello.

sábado, 12 de marzo de 2016

Fuego fatuo.

¿Alguna vez os habéis planteado cómo sería el mundo si tuviera un botón de apagado? Sería la herramienta perfecta para aquellos que cargamos demasiado en nuestros hombros, a la hora de la verdad todos, y, cuando ya no podemos más, queremos huir, pero no somos capaces de alcanzar tal propósito, pues el mundo siempre acude tras nosotros.
Lo irónico es que huir no arregla nada, y lo sabemos mejor que bien, pero, aún así, nos reconforta pensar que algún día contaremos con nuestro pequeño rincón de autoparanoia, y que este será imperturbable ante cualquier hecho del exterior, pues los que trae consigo el interior son profundos y desmesurados, algo prácticamente imposible de controlar, y que pese a todo necesitamos tener y sentir pues, realmente representa la parte más oscura, incierta, y a la vez pura de nuestro invisible alma.
Por eso deseamos que la fantasía torne realidad, que la oscuridad se llene de luz, que los problemas absorban esperanza, y que las cosas se mantengan en su cauce, que es el nuestro, no el de un mundo que intenta abrir más allá de lo que tú has explorado, que ahonda sin temor a las consecuencias que tú sí temes, que persigue algo que ni tú has soñado lograr a alcanzar. 
El mundo es aquello que nos rodea, que nos acompaña, que nos toma de la mano cuando caemos, y nos seca las lágrimas cuando lloramos sin control. Aparece en nuestra vida a través de quienes muchas veces menos esperamos, pero cuando lo hace, es para permanecer, en la mayoría de los casos, siempre a tu vera.
Pero, por muy idílico, y en cierta manera majestuoso e invencible que parezca, hace que te ocupes de cosas que quizá no debas si precisas seguir atento a tu camino, que te sientas impotente cuando alguien llega a tu corazón y lo atraviesa en lugar de respetarlo, que te deprimas con asuntos que no tienen cabida en una mente perturbada e intranquila desde tiempos inmemoriales, que te asustes cuando de repente desaparece, ya que no puede apagarse, tan sólo evaporarse cuando tu realidad y la suya se desacompasan. 
El mundo siempre está encendido, de alguna u otra forma, así como nuestra pequeña comunidad interna y externa, pero, a veces, sentaría tan bien ser capaces de apagarlo antes de que todo se desborde o cambie y no puedas volver atrás, que ansiamos ese dichoso e imposible botón. 
Qué efímeros sueños, pensaréis, yo sólo creo que eso es porque no habéis intentado ver cómo sería todo si el mundo se estuviera un rato apagado.

miércoles, 24 de febrero de 2016

Nebulosa vital.

Miro el cielo y está nublado, como de costumbre. 
Pero hoy es distinto, hoy trae consigo todo lo que ha contemplado, todos los paisajes que ha cubierto, todas las sonrisas, miradas y suspiros que, personas como yo, le han derramado, e incluso destinado, en sus reflexiones, al salir o entrar en sus rutinas, al tomar una fotografía, o simplemente al darse un respiro.
También viene más vacío, pues a su paso ha dejado húmedos, frescos, salados, brillantes y sencillos recuerdos que, de alguna manera, compartimos entre todos pues no será la primera ni la última vez que los vivamos.
Su color es imperceptible. ¿Perla? ¿Caliza quizás? Quién sabe. Es cambiante, es variable, es voluble, es, prácticamente, cual ser humano.
Esponjosa y dulce textura, plagada de matices, de formas, pero con sencillez, suavidad y sueños. 
Si me paro a pensarlo, no es tan distinto a nosotros, a nuestra forma de soltarlo todo en algún momento, sea apropiado o no, como si de gotas de lluvia se tratase. A nuestra forma de ver las cosas desde distintas perspectivas, acogiéndolas todas como si fueran nuestras, como si las hubiéramos cubierto con nuestra esencia. A nuestra forma de camuflarnos entre los demás, de no destacar más de lo justo, de querer ver sin ser vistos. A nuestra forma de mostrar lo que soñamos a través de nuestras expresiones, tanto intencionadas como no.

viernes, 12 de febrero de 2016

Vestigios.

Si tú supieras lo que mis ojos han contemplado a lo largo de los años, 
ya no me mirarías igual que me miras.

Si tú supieras lo que mi piel ha recibido, 
ya no me acariciarías de la misma forma que me acaricias.

Si tú supieras lo que mis oídos han escuchado, 
ya no me escucharías con el mismo interés que me escuchas.

Si tú supieras lo que mis labios han proclamado, 
ya no me hablarías con el encanto con el que me hablas.

Si tú supieras lo que mi olfato ha percibido,
no olerías mi fragancia como hasta ahora me olías.

Si tú supieras lo que mi cuerpo ha deambulado, 
no deambularías junto a mí como has deambulado.

Si tú supieras lo que mi vida ha atravesado, 
no la atravesarías a mi lado.

domingo, 17 de enero de 2016

Resurgimiento.

Hacía algún tiempo que no tenía un buen libro, yo los considero todos así en un principio, entre mis manos, que no deslizaba mis dedos sobre el suave y, ahora, tranquilo papel, que no me sumergía en él hasta tal punto que aún estando cerrado y esperándome con ansia en casa, yo continúo navegando en los posibles caminos que van a tomar sus protagonistas, que no me sentía como un personaje más tomando parte en los acontecimientos que describe pacientemente, que no era sencillamente feliz, o mejor dicho, feliz con la sencillez.
La falta de tiempo, el descubrir el potencial en algunas series, la compañía o, tal vez, simple y llanamente mi vaguería, me han impedido durante un tiempo que descubriera maravillas, muchas de las cuales estaban encerradas cogiendo polvo en mis estanterías, o esperando a ser inauguradas tras ser compradas en alguna de mis expediciones a la librería.
No recuerdo demasiado como me sentía exactamente al leer un libro antes, cuando los devoraba a cada momento que podía, pero, ahora que he vuelto a retomar esta vieja, y tan recomendable, costumbre, sólo puedo describirlo con una palabra: empatía.
En apenas un par de días me he leído 4 libros, estando ya por el quinto, y he de decir que me han aportado tantas cosas, como cosas me han quitado. 
He sentido tal remolino de emociones en mi interior, que si me paro a pensarlo ahora mientras escribo, aún acuden las lágrimas a mis ojos. He llegado a comprender tanto algunas cosas que me gritaban esos seres inanimados, creados y plasmados por alguna persona como yo, o así lo veo a mi parecer, que me asusta. Me da miedo identificarme tanto con algunas situaciones, algunos problemas, algunas inquietudes, algunos recuerdos, que no me atrevo ni a compartir con nadie ese sentimiento.
Quizá porque creo que me van a decir que es normal, que las personas sentimos empatía hacia otras personas, incluso si estas sólo existen en un mar de palabras, o que me acostumbraré con el tiempo y veré como cesa de ser todo así, tan palpitante, tan descarado, tan efímero.
La verdad es que en cierta manera, pese a la perpetua duda que me provoca esta sensación, me agrada experimentar algo así pues hace que me sienta muy viva, más viva que en estos 18 años de vida que llevo recorridos, y eso es reconfortante, porque no todo el mundo puede decirlo, ni puede encontrar algo, o alguien que le haga verse así tan fácilmente.
Pero esa sensación de vida que me embriaga es centelleante, aparece y desaparece según el momento en el que me encuentre, o la parte del libro que esté leyendo, o lo que me esté pasando más allá de sus absorbentes e hipnóticas páginas.
Por eso es como si por momentos todo fuese parte de mi imaginación, algo que mi mente ha soñado pero que en realidad es verdaderamente confuso, pues no es así, simplemente es algo confuso pero real e intenso, y eso me gusta.